“EL TRANSMALDITO”
Por:
Militem Sermo
Aquel día,
un 4 de Diciembre del año 2000, un
alcalde y su bancada se reunieron a
“brujiar”; ese día se creó un conjuro, dicha
evocación revolucionaría la capital colombiana y ¡
vaya manera de revolucionarla!: usaría neumáticos
reencauchados, transitaría por calzadas de pésima
calidad ó rotas en su defecto y
seria el sistema de transporte más
inseguro de la ciudad. En otras palabras,
un “Frankestein mecánico”.
Fue un cruel día esa vez, pues tuvieron que
conspirar las enigmáticas fuerzas del
universo y la demagogia de aquel
atroz mandatario local, porque ningún bogotano se
percataba de la maldición que estaba
a punto de desencadenarse; todos los
citadinos conocen esta maldición con peyorativos
seudonimos y ¿quién no? Si hace
12 años marcha vilmente. De cualquier forma
y diplomáticamente hablando, el nombre de
esta imprecación es: Transmil...transmaldito.
¿Acaso esta
abominación articulada no es “el transmaldito”?,
pues la definición sobre maldición se
ajusta a un castigo producido por una
fuerza sobrenatural y si se agrega que
va sobre ruedas, por antonomasia se ajusta.
Según eso, la manera de redimir culpas
que tienen los bogotanos es subiéndose
a este malefico bus y como buenos
pecadores, se tiene que hacer un sacrificio
ó pagar tributo a sus dispendiosas
reparaciones. Claro está, si se ha de
pensar que a la ciudad le costará
250 mil millones de pesos subsanar
sus mallas viales, y que cada año
el pasaje presenta un alza de 100
pesos. De modo que, en algunos años la situación
será: ó comprar la leche y el pan
ó lo del pasaje ¡ustedes elijen!. ¡ Que
irremediable destino! y fuera de eso, las
opciones para transportarse cada vez son
más precarias, al parecer, esta
empresa tiene la solución para el
transporte y la movilidad. Son brujos y
redentores, extraño dualismo.
Es tan
perverso “el transmaldito”, que puede quebrar
negocios, poner a la ciudad en “jaque” cerrando
importantes vías para sus construcciones de
las fases y
hacer impuntuales las jornadas laborales y
académicas de algunas personas que en
lugar de ver rápido desplazamiento, ven
su pésima suerte reflejada en cada
puerta sensorial inservible de cada estación.
Porque si esta puerta no se abre
gracias a una carismal plegaria, se aplicará
la fuerza bruta, casi como superhéroes,
haciendo gala de un poder sobrehumano
para que esta por fin se separe
y deje ingresar o salir, también existe
otra forma, menos complicada y mas ágil:
dirigirse al interruptor ubicado en la
esquina superior derecha de la mágica
puerta y jalarlo. En cuanto a opciones
precarias se refiere, las anteriores son la
muestra de la sofisticación en la que
se encuentra este peculiar sistema masivo
de transporte.
Hasta el
empleo informal ha tocado las puertas de
los articulados, en donde hacen acto de
presencia los mas execrables personajes de
la cultura capitalina, por ende, inseguridad
latente y así, cualquier acto criminal
está asociado a la cantidad permitida
de pasajeros, que en ocasiones es excesiva
e incómoda para los usuarios,
convirtiéndolo en el sistema de transporte
más inseguro de la ciudad.
La maldición
en estos buses se ofrece como única alternativa
de desplazamiento de un punto a otro;
en respuesta a ello: subyugación, cansancio y
conformidad de algunos sectores e inconformidad
para las mayorías. Creo firmemente que
los bogotanos jamás olvidaran aquel
slogan televisivo: “transmilenio, un amigo que
nos cambio la vida”, ya pasaron
12 años y no es amigo de nadie,
o por lo menos, de ninguna persona
que haya soportado los inseguros, intolerables y
disgustosos trayectos, pues, es la clara
imposición de poder ante la sociedad,
concretamente, fueron palabras conmovedoras y
hasta cautivantes en la época de la
condenación, pero, de que nos cambió la
vida, de eso, no les quepa la menor
duda.
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